Nací el 15 de abril 1982 en Vicenza. Era un niño flaco y avispado hasta la edad de cinco años cuando tuve que ser hospitalizado de urgencia a causa de un violento ataque de asma. Este acontecimiento pareció cambiar mi personalidad, volviéndome más tranquilo y introvertido. Esta característica me permitió cultivar la imaginación y crear un número incalculable de cuentos.
En la edad de la adolescencia surgió en mí el deseo de poner por escrito los cuentos que andaban en mi mente. A lo largo de los años mi intereses se ampliaron: la religión, la filosofía, el ocultismo, la informática y las artes marciales (todas estas cosas he intentado incluir en mi primer libro). Estas últimas, en particular, ocuparon la mayoría de mi tiempo: empecé a practicar Shaolin. Este arte marcial hizo que se formaran mi físico y mi mente: por una parte, aunque sea asmático todavía sobre el papel, este problema ya no me molesta y, por otra, mejoré mi disciplina. Al fin llegué a competir en los mundiales de 2001 en China. Fue en aquel momento que se me ocurrieron las ideas para mi primer verdadero cuento. Más o menos en el mismo período descubrí la pasión por la lectura de libros, puesto que ya leía muchos cómics. Aun fijándome no logro establecer una relación lógica entre los autores y los libros leídos. Por ejemplo, leí los primeros dos libros de la saga del elfo obscuro Drizzt de R. A. Salvatore, varios libros fantasy, los cuentos de Howard y H. P. Lovecraft y, más recientemente, también los de E. A. Poe. Por esto tengo que agradecer a mi hermano que me los hizo conocer y muy probablemente no los habría leído si no hubiera sido por él. En 2003 empecé a ecribir pero, llegado al quinto capítulo, en enero de 2004 tuve que interrumpir mi novela porque me fui de misionero para mi iglesia a Inglaterra: la iglesia también ocupa una gran parte de mi vida y en los años que siguieron no encontré el tiempo para continuar escribiendo pero sí para anotar todas las ideas que me viniesen a la mente.
Tengo que admitir que muchas inspiraciones se me ocurrieron al viajar por el metro londinense.
Después de volver en enero de 2006, me puse al trabajo y dentro de poco conseguí terminar la novela: el deseo de mostrar mi obra a todos fue aumentando.
Mientras estaba escribiendo el libro hubo algunos momentos de crisis y mi mente me decía: “hombre, ¡qué vas a hacer tú eso! Es una pérdida de tiempo. Nadie va a leer lo que estás escribiendo. Déjalo”, por lo cual de vez en cuando les pedía a unos cuantos “elegidos” leer lo que yo iba escribiendo y les preguntaba por su opinión. Estas personas fueron un gran estímulo para mí y contribuyeron a que mantuviese vivo el fuego de la pasión que había en mi corazón. No permitáis que vuestra llama se apague, sea cual sea lo que hagáis o queráis hacer: no os desaniméis. El desaliento es la más grande amenaza que lleva a la perdición.